Editor’s note: This article is also published in English on Glasstire. Find that here.
Nota del editor: Este artículo se publicó originalmente en inglés en Glasstire el 29 de agosto del 2023.
Traducción de Yolanda Fauvet y Paulina H. Marroquín.
Wayne Gilbert era una de las personas más punk-rock en la escena del arte de Houston. No te dabas cuenta cuando lo conocías por primera vez. Su apariencia, la de un hombre de negocios de mediana edad bien parecido, era engañosa, al igual que su ingenio incisivo, su inteligencia y su humor. Por años usó un sombrero, un Stetson blanquecino, casi manila, y hasta el final de su vida habló arrastrando las palabras sin fingir. Wayne (se siente mal llamarlo “Gilbert” aquí; él era Wayne para todos), echando mano de una metáfora demasiado extendida, era una cebolla: veías la superficie, pero en el momento en el que comenzabas a pelar las capas de sus intenciones, te dabas cuenta de que había mucho más de lo que parecía.
Si consideramos su personalidad y su arte, tiene sentido que Texas, específicamente Houston, fuera el hábitat nativo de Wayne. Su obra tiene esa cualidad ruda que dice “jódete” de una ciudad sin leyes de zonificación, una ciudad que durante años estuvo (y quizá sigue estando) en la periferia del mundo del arte. En muchos sentidos, la expansión de Houston ha significado que aquí los artistas no necesitan ser los favoritos del mercado porque hay espacios asequibles y un público bastante receptivo, cualquier persona con una idea descabellada y un poco de descaro puede atraer una audiencia. Wayne, sin embargo, encontró milagrosamente una manera de crear arte que era difícil de digerir incluso para los estómagos houstonianos, un arte que a menudo lo llevó a ser empujado a la periferia de la periferia, a una tierra de nadie olvidada tanto por el mercado como por el público y en la que, extrañamente, él pareció encontrar consuelo. Más sobre esto en un momento.
Una de las cosas que hizo que Wayne fuera punk-rock es que tenía la compulsión de crear un espacio para lo atípico, para las personas que no están representadas en la escena galerística de Houston más conservadora y tradicional (léase “centrada en las ventas”). Durante años, y con un gran costo para sí mismo, operó la Gallery 101 y después la G Gallery, que más tarde rebautizó como el G Spot Contemporary. En aquel tiempo, le pregunté a Wayne sobre el cambio de nombre. Dijo que finalmente había decidido que no le importaba si el nombre ofendía a la gente o la desanimaba. Siempre había querido que ese fuera el nombre de su galería y, aunque parecía reconocer el tono sexual del término, insistía en que la letra representaba su apellido.
La programación de la galería era aparentemente aleatoria, con un tema no lineal pero distinguible que guiaba su metodología: Wayne presentaba muestras repetidas de artistas selectos, muchos de los cuales creaban obras que se acercaban a lo controversial. En cierto modo, siempre estuvo a la par, aunque subestimado, de Jim y Ann Harithas, que defendieron el arte difícil con su espacio de Houston, el Station Museum of Contemporary Art (el Station expuso la obra de Wayne por lo menos en una ocasión). Al mismo tiempo, G Spot mostraba artistas consagrados de Houston, algunos de los cuales no hicieron las obras más vendibles y algunos otros que hicieron obras en pequeña escala a precios asequibles. Ya que las muestras cambiaban una vez al mes, siempre había algo nuevo que ver y el Spot (como lo llamaría Wayne) se convirtió en una especie de punto de encuentro que cruzaba las fronteras entre lo alto y lo bajo, lo conocido y lo desconocido.
En muchos sentidos, Wayne era un pluralista del arte. Era partidario de la idea de que, si el arte está sucediendo, sin importar qué es o quién lo está haciendo, vale la pena considerarlo y relacionarnos con él. Y, basándonos en sus exposiciones y las personas de las que se rodeaba, quedaba claro que siempre buscaba defender al más débil, al artista cuya obra probablemente nunca se vendería, al que ignoraban todos los demás. Su admiración por el arte y los artistas no era la misma que la de los galeristas que intentaban probar el linaje de su establo (G Spot no representaba a nadie) y nunca fue excesivamente elogiosa o recargada. En cambio, Wayne siempre fue capaz de llegar al grano de lo que pensaba sobre algo.
Wayne, como muchos de los curadores y artistas de Houston que han muerto en años recientes, fue un creador de escena. Sostendré esto hasta que se me acabe el aliento, concretamente porque no estoy seguro de que la escena del arte de Houston sepa hasta qué punto lo era. No era tan llamativo ni tenía una historia tan arraigada como un Harithas, no coleccionaba arte y luego lo donaba como Clint Willour lo hizo (aunque sí compraba e intercambiaba constantemente obras de sus amigos artistas o con ellos) y no cofundó una organización sin fines de lucro que ahora sea famosa como Jesse Lott. Sus movimientos eran más silenciosos: la cofundación del Rubber Group, un colectivo de arte y performance sin tapujos; su grupo de AA, que durante años se reunió en el Spot y fue una comunidad para muchas personas dentro y fuera del mundo del arte, y la propia galería, que exhibió, de acuerdo con su sitio web, por lo menos a 75 artistas y es probable que fuesen muchos, muchos más.
Un buen creador de escena comparte lo que le emociona. Hace años, fui una de las muchas personas a las que Wayne llevó a ver el recinto de Leandra di Buelna, que en aquel entonces tenía 83 años. Esto fue antes de que la galería hiciera su primera exposición con el artista y antes del artículo de Molly Glentzer en el Houston Chronicle sobre su vida y obra. Mientras caminábamos por la casa y el estudio de Buelna, llenos de baratijas, juguetes y otras fuentes de inspiración, podía sentir el entusiasmo de Wayne por compartir la obra. Él esperaba que, tal vez, podría ayudar a un artista desconocido a alcanzar un apogeo y un público que no sabía que existía. Estoy completamente convencido de que el artículo de Glentzer no habría existido sin Wayne, y también de que él es el único motivo por el que cualquier persona conoce las pinturas delirantes de Buelna.
Estoy convencido de que la compulsión de Wayne de promover a otros desconocidos provenía, por lo menos en una pequeña parte, del deseo de que su propia obra fuera comprendida mejor. No fue un fiero defensor de sí mismo, no alardeaba y no parecía un disco rayado hablándote de sus obras de arte (aunque inevitablemente encontrabas unas pocas en la trastienda de G Spot). Pero sí creía que su trabajo era importante, a pesar de que nunca obtuvo el reconocimiento institucional o más amplio que realmente quería o merecía.
Wayne es punk-rock porque logró crear algunas de las obras más únicas que jamás haya visto. Esto no es una exageración: en un mundo saturado de arte, donde filas de artistas extraen conceptos casi similares y hacen obras indistinguibles, Wayne encontró la manera de crear y, quizá más asombrosamente, un medio y técnica artísticos que yo nunca antes había visto. En los años que llevo visitando artistas, no creo haber conocido a otro que tuviera esa pasión tan silenciosa por su obra y su oficio.
Siempre me arrepentiré de que Glasstire nunca haya publicado una entrevista a profundidad o un perfil destacado de Wayne durante su vida. No se me ocurre mejor (o más fascinante) artista y defensor de las artes que haya pasado tantos años en las trincheras con poco reconocimiento, trabajando hasta el cansancio para convertir la escena del arte de Houston en lo que es hoy. Así que, si te quedas conmigo, finalmente derramaré la tinta, corregiré el acta o simplemente digamos que escribiré sobre lo que Wayne quería decir.
Las obras de Wayne están hechas con restos cremados que nadie reclamó. Debido al material de su trabajo, a menudo cae en una trampa: para la mayoría de la gente, las pinturas nunca son más que la suma de sus partes. Las reacciones clásicas incluyen asco, confusión y repulsión. ¿Cómo podría alguien hacer arte con los restos de una persona que no fueron reclamados? ¿Cómo consiguió Wayne una cantidad tan grande de restos humanos? Esta última pregunta inevitablemente salía porque la mayor parte de sus piezas no son pequeñas; Wayne no estaba trabajando en una escala doméstica. En cambio, estaba haciendo obras que eran una declaración, pinturas con calidad de museo y de gran escala que sentía que exigían atención más allá de los movimientos bruscos de cabeza y las reacciones atónitas y boquiabiertas ante los materiales. Wayne estaba haciendo arte.
Es desafortunado que la aversión a esta técnica (una barrera que, tras más reflexión, no tiene sentido) impidió que mucha gente se relacionara con lo que Wayne puso sobre la mesa. Recuerdo la primera vez que escuché (en voz de un amigo) el medio que Wayne había elegido. Si la memoria no me falla, la persona me lo contó con poca seriedad, como si la obra pudiese descartarse por ello, ya sea por ser exagerado, asqueroso, o alguna combinación de ambos. Recuerdo no haberme sentido de una manera o de otra por el hecho de que Wayne estuviera utilizando restos cremados, en cambio, quería saber de qué se trataba, qué lo llevó a esa forma de trabajar. Si fuera un truco, sería obvio; si fuera una pasión inefable, la sinceridad se manifestaría. Por supuesto, tras conocer al hombre, rápidamente me di cuenta de que se trataba de lo último.
La aspereza del trabajo de Wayne coincidía con la personalidad de su ciudad. En una metrópolis sin reglas, tiene sentido que alguien encuentre una manera de crear arte utilizando la última cosa que se nos ocurriría a muchos. Para Wayne era importante que fueran restos que nadie reclamó. Él estaba dando valor a las personas como personas, dándoles dignidad, una declaración inherentemente radical y política en sí misma, sin importar el contenido visual de la obra de arte. Para Wayne, esta idea era más importante que el reconocimiento personal o comercial, más importante que las ventas o la fama, razón por la cual continuó haciéndolo mucho después de darse cuenta de que el medio y la técnica que eligió impedirían todo eso.
Wayne era un conceptualista de corazón hasta ese punto. Los restos no eran un acto ni un truco ni un chiste, ni una manera de adentrarse lentamente en la conversación. Al mismo tiempo siempre ensombrecían cualquier análisis. En su muestra final, titulada acertadamente Tomorrow’s Unknown [El mañana desconocido], que abrió en julio y estuvo en exhibición hasta el fin de semana pasado en el Redbud Arts Center, cada obra fue impresionante.
Había pinturas de sólo pintura que mostraban su habilidad con los medios y técnicas tradicionales (trabajaba con óleo y cuando pintaba así, vaya que pintaba). Había piezas en las que pintó sobre cenizas, utilizando los restos como una base o como un detalle dentro de la obra. Estas piezas, aunque quizá incendiarias en parámetros tradicionales, están disfrazadas y son una versión más digerible del arte por el que Wayne era conocido. De cualquier forma, son sumamente impresionantes: el brillo de sus colores, una paleta que definitivamente no salió así de un tubo, contrasta con las cenizas para resaltar a sus sujetos. Los restos, por extraño que parezca, dan vida a sus pinturas; las obras tienden a enfocarse en la esperanza, el crecimiento, la reflexión y las oportunidades en lugar de cualquier especie de catastrofismo.
Y luego están las pinturas de pura ceniza, que siempre han sido mis favoritas. Wayne frecuentemente hablaba de cómo los restos cremados de diferentes personas tienen diferentes colores. Esto da como resultado una paleta diversa pero monocromática para estas obras. En ellas hay humor: un logotipo de McDonald’s sobre un fondo casi negro, señales de tránsito falsas que dicen “rough road” (camino en mal estado) y “dead end” (callejón sin salida); pero también una contemplación tranquila: una recreación de una pintura de Giorgio Morandi titulada People in the Manner of Giorgio Morandi [Personas a la manera de Giorgio Morandi]. También hay piezas que están en un punto medio: una superficie arenosa enmarcada con fragmentos de hueso titulada Minimal Person [Persona mínima] y una gran obra triangular titulada 8 of My Friends [8 de mis amigos], que presenta grandes franjas horizontales de lo que podemos asumir son restos cremados de diferentes individuos.
Todas estas pinturas suscitan más preguntas y suposiciones que respuestas: ¿Es el logo de McDonald’s en realidad una dura crítica a una comida y una cadena que contribuye a las enfermedades cardiacas, una de las principales causas de muerte en Estados Unidos? ¿Son las señales de tránsito una advertencia, ya sea para nosotros o para el propio Wayne, de que el final está cerca? ¿Son un recordatorio de que hay que vivir la vida al máximo? ¿Es Minimal Person una interpretación humorística del hecho de que todos, eventualmente, nos volveremos polvo? ¿O es una consideración seria y una añadidura o una crítica a la frialdad del movimiento minimalista? ¿Es 8 of My Friends un comentario irónico sobre cómo somos simplemente personas que cohabitan el planeta y no deberíamos estar tan divididos porque todos tenemos más en común de lo que creemos? (Yo en verdad creo, si sirve de algo, que Wayne habría sido amigo de estas ocho personas, quienesquiera que fueran).
No hay respuestas claras o “correctas” a estas preguntas. El arte de Wayne es inherentemente personal, tanto para él como para cualquier espectador que lo considere con seriedad. Su fundamento conceptual se extiende más lejos, a la fisicalidad de la obra misma: en la parte posterior de cada pieza escribió los nombres de las personas que están en la pintura. Es un in memoriam, una dedicatoria, una conmemoración, un agradecimiento a aquellos que hicieron posible la obra.
Mi obra favorita, y creo que la mejor que he visto de Wayne, estaba expuesta imponentemente en la muestra del Redbud. La pintura, Stars and Stripes Forever [Estrellas y franjas por siempre], es una pieza que realizó exclusivamente de cenizas en sus primeros años, en el 2000 (según cuenta Wayne, comenzó a hacer arte utilizando restos humanos en 1998). La obra es un retrato de Estados Unidos, realizado por un estadounidense y, suponemos, a base de estadounidenses. Es una imagen anónima pero ubicua del país, el país de Wayne, nuestro país. De manera aún más conmovedora, es un retrato hecho de personas que probablemente fueron las menos queridas o comprendidas del país o de su familia, personas cuyos restos fueron abandonados en una funeraria tras sus muertes. Pero, dado que no sabemos quiénes eran estas personas, son un sustituto de todos nosotros. Esta pintura fue igual de punk-rock en el 2000 (y todavía lo es hoy) como lo fue la bandera de Jasper Johns 45 años antes. Como todo el trabajo de Wayne, se encuentra en un área gris de contradicción; esta bandera no tiene miedo de ensuciarse, de decir lo que significa o de ser malinterpretada. Abraza su dualidad porque la obra, como nosotros, es humana y falible.
Admiro a Wayne por todo lo que fue; se necesita tener una fuerte convicción (o terquedad, y Wayne tenía ambas) para hacer arte que sabes que no será tan degustable o reconocido como piensas que debería serlo, y aun así decidir seguir adelante sin cambiar nada. Creo que le daba fuerzas el hecho de que quienes entendieran su trabajo lo apreciarían por todo lo que valía y más; para él, eso fue suficiente.
Lo que los artistas quieren es comunicar su pasión y su visión con el mundo, conectarse con personas de ideas afines y al mismo tiempo cambiar percepciones y nociones mal sostenidas. Sé que Wayne hizo esto más de una vez: un amigo me contó que, aunque querían que Wayne les cayera mal o encontrar un motivo para desestimarlo a él y a su obra, él siempre fue tan excepcionalmente amable, generoso y persistente que no podían evitar desarrollar una debilidad por él. Creo que este es el ejemplo perfecto (y precisamente lo que él buscaba) de su obra y su vida.
Wayne era una joya. Me cuesta trabajo pensar que Houston volverá a tener alguna vez a alguien tan singular, alguien que crea tan genuinamente en el poder y el talento de los artistas. Hizo que sucedieran cosas, aunque silenciosamente y en las sombras, pero de todos modos así es como trabajaba, estaba acostumbrado. Wayne era una persona que no hacía las cosas para obtener elogios o gloria o atención. Lo hacía porque necesitaba hacerlo, porque sentía que la comunidad merecía más. Porque así era él. La comunidad de Houston, se dé cuenta o no, ha perdido a un gigante.
Actualización del 4 de septiembre del 2023: Se celebrará la vida de Wayne Gilbert el domingo 15 de octubre del 2023 a las 2 p.m. en el Heights Theater.