Reseña: “Abraham Ángel: Entre el asombro y la seducción” en el Museo de Arte de Dallas

by Joseph R. Wolin February 15, 2024

Editor’s note: This article is also published in English on Glasstire. Find that here.

Nota del editor: Este artículo se publicó originalmente en inglés en Glasstire el 23 de enero del 2024.

Traducción de Yolanda Fauvet y Paulina H. Marroquín.

Las paredes que flanquean la entrada de esta exposición tienen pintado un paisaje en distintos azules y violetas. Sobre el muro izquierdo se lee "Abraham Ángel". El primer muro al entrar a la exposición es de color amarillo y tiene colgado un retrato.

Vista de la instalación de “Abraham Ángel: Entre el asombro y la seducción”. Cortesía del Museo de Arte de Dallas.

Abraham Ángel (1905–24) es casi desconocido en Estados Unidos y sobresale como una figura fundamental en la historia del arte mexicano del siglo xx. A principios de la década de 1920, pintó una serie de retratos, la mayoría grandiosos, de mujeres y hombres jóvenes en la Ciudad de México; las obras poseen una noción de estética modernista y de las libertades sociales posibles en una metrópolis que se moderniza rápidamente. Sin embargo, paradójicamente siguen arraigadas en las tradiciones del arte popular mexicano. La obra de Ángel, que en aquel entonces era vista, y sigue siendo vista, como una encarnación de una nueva y naciente idea de mexicanidad o identidad nacional, siempre ha tenido una reputación e influencia inmensas, y sin duda sirvió como modelo para artistas con mayor reconocimiento que subsecuentemente trabajaron para reconciliar el modernismo con las vibrantes artes populares de México, como Frida Kahlo y María Izquierdo. Lo más sorprendente es que Ángel logró esto en un lapso de tres años y cuando era adolescente nada más y nada menos. Este prodigio comenzó a pintar en 1921 a los 16 años y produjo sólo un par de docenas de obras, pero su trágica muerte a los 19, de una aparente sobredosis de cocaína (si fue accidental o suicidio sigue siendo tema de debate casi un siglo después), fue lamentada con un catálogo póstumo de sus pinturas que incluyó panegíricos escritos por personas importantes del mundo del arte mexicano.

La exposición del Museo de Arte de Dallas (DMA, por sus siglas en inglés), Abraham Ángel: Entre el asombro y la seducción, es la primera dedicada a su obra en 35 años y la primera en Estados Unidos, e incluye 20 (todas menos una) de las obras supervivientes de Ángel. Esta muestra, organizada por Mark A. Castro, el antiguo curador de arte latinoamericano del DMA, comienza con Autorretrato de 1923, una representación que abarca el busto del artista frente a un paisaje montañoso. Flanqueado por un par de árboles ondulantes y algunas pequeñas construcciones rurales, entre las que está una iglesia a distancia media, el artista posa exactamente en el centro; el amarillo dorado de su camisa sin cuello que llega hasta el borde inferior de la pintura resalta con el brillante azul cielo de la parte superior.

Pero es la forma en la que nos mira desde la pintura la que resulta ser más llamativa. Con la cabeza agachada e inclinada hacia un lado, nos lanza una mirada coqueta de reojo, los labios carnosos fruncidos, el cabello oscuro relamido en unas ondas lustrosas. Ángel se retrata a sí mismo como andrógino y seductor, una autorrepresentación sorprendentemente segura de sí misma dado que sólo tenía 18 años en ese entonces. Aquí sugiere las especificidades de la personalidad con medios aparentemente burdos. El uso del artista de lo plano, los contornos oscuros, el color saturado con poca modulación, las pinceladas bruscas y la perspectiva y el modelado volumétrico rudimentarios hacen que la pintura se vea caricaturesca o infantil, como si hubiese sido creada por un artista sin formación. De hecho, Ángel fue en gran medida autodidacta y la pregunta de si su estilo naíf fue resultado de una falta de habilidad tiende a perdurar sobre su obra. A pesar de eso, la caracterización incisiva y encantadora en Autorretrato, junto con algunas obras de corte más académico (una, un dibujo a lápiz sorprendentemente ingresesco, Retrato de un modelo desconocido de 1924, por desgracia no está incluida en la exposición), argumenta que la extrañeza del arte de Ángel era una elección deliberada y estratégica.

Pintura de una mujer de cabello corto y oscuro que posa con un brazo cruzado sobre su regazo. Detrás de ella hay un paisaje de cielo azul oscuro, con una torre de cableado y un árbol solitario a la derecha y una hilera de árboles y un edificio con arcos a la izquierda.

Abraham Ángel, “Retrato de Cristina Crespo”, 1924, óleo sobre cartón, 131 x 121 cm. Museo Nacional de Arte. INBAL / Secretaría de Cultura, Ciudad de México.

La instrucción formal que tuvo Ángel fue bajo la guía de Adolfo Best Maugard, un pintor que había desarrollado su propio método de dibujo basado en un conjunto de siete temas abstractos derivados del arte prehispánico con el que pretendía dar una autenticidad identificablemente mexicana a la producción de arte moderno. El método de Best Maugard, promovido de manera oficial por el gobierno mexicano, en la década de 1920 influyó en una generación de artistas que buscaba desarrollar un modernismo particularmente mexicano para expresar la identidad de una nación renacida tras la Revolución. Este grupo de pintores, principalmente de caballete, adoptó a Ángel como su joven campeón sui géneris y formó una de las ramas principales de la vanguardia artística en México; la otra fue el muralismo mexicano, liderada por el formidable Diego Rivera, que escribió uno de los encomios tras la muerte de Ángel.

Tres pequeñas obras tempranas de la exposición demuestran el dominio de Ángel sobre el método Best Maugard, sus fantásticas composiciones construidas a partir de una variedad de líneas y puntos. Dos presentan de manera destacada mariposas, mientras que el tercero, titulado Mariposa (1922), retrata híbridos de humano y mariposa junto a una serpiente de dos cabezas y un florero ondulado que podría haber salido de Pee-wee’s Playhouse o del grupo Memphis de los 1980. A pesar de su estilo popular decorativo, estos dibujos forman parte sustancial del diminuto grupo de obras de Ángel y uno quiere encontrar algún tipo de seriedad en ellas. Este reseñista, por ejemplo, está tentado a verlas como cierto tipo de autorretratos codificados, mariposa se ha usado durante mucho tiempo y muy a menudo como un término despectivo para un hombre gay.

Ángel era, de hecho, gay, y se mudó con otro pintor del círculo de Best Maugard, Manuel Rodríguez Lozano, en algún momento a principios de 1922. Aproximadamente diez años mayor que Ángel, recientemente divorciado y desempacado de Europa, Rodríguez Lozano rápidamente se convirtió en el amigo, amante y mentor del joven pintor, así como en un enérgico defensor de su legado tras su muerte. La exposición y su catálogo observan acertadamente que el aparente secreto a voces de su relación fue muy importante en el México todavía católico y conservador de la época, y apunta a la relajación de las constricciones sociales, al menos en el entorno cultural progresivo que habitaban. Una pequeña objeción: los textos de la exposición insisten en referirse a Ángel como queer, lo que resulta anacrónico. Si bien el uso de queer para referirse a hombres homosexuales parece remontarse a la era del jazz estadounidense, constituía un término de oprobio y no fue reclamado como gesto político por aquellos a quienes buscaba denostar hasta algún momento de finales de los 1980. Además, queer, tal como se usa ampliamente hoy en día, implica una comunidad de identidades sexuales y de género no normativas más allá de los hombres gay, una comunidad para la cual, en el caso de Ángel, la exposición no presenta evidencia alguna.

Un par de retratos mutuos realizados por Ángel y Rodríguez Lozano podrían ofrecer algunas perspectivas sobre las dinámicas de su relación. Pintado en 1922, al año de conocerse, el Retrato de Manuel Rodríguez Lozano de Ángel muestra al artista mayor de perfil frente a un pequeño pedazo de paisaje verde con palmeras y una montaña volcánica. Aparece ligeramente demacrado, posiblemente por una enfermedad reciente, pero con una guapura tosca, barba, una mata de cabello rebelde, ojos hundidos y nariz aguileña. Este retrato, una de las representaciones más naturalistas de Ángel, habla del impulso de registrar al amado con precisión y veracidad.

Retrato de Abraham Ángel de Rodríguez Lozano, por otra parte, fue pintado en 1924 tras el fallecimiento prematuro del modelo y representa al difunto artista como una especie de arlequín vidente modernista que porta sobre un hombro una prenda con patrón de rectángulos alternados frente a un telón de hojas en forma de losanges. Sus reconocibles nariz larga y delgada, frente alta y cabello ondulado recogido hacia atrás siguen ahí, pero Rodríguez Lozano lo retrata con garbo expresionista o fauvista, igualmente interesado en demostrar un don pictórico como en capturar el parecido. Y Ángel mira afuera del cuadro hacia la izquierda, sin encontrar la mirada de Rodríguez Lozano, quizá porque ya no era posible o porque Rodríguez Lozano no podía soportarla más. Si creyéramos una de las historias que se cuentan, Rodríguez Lozano había precipitado la muerte de Ángel con su infidelidad.

Un hombre barbado y despeinado está pintado de perfil en colores sepia. A diferencia del hombre retratado, en el fondo se puede ver el verde de la vegetación y el azul del cielo.

Abraham Ángel, “Retrato de Manuel Rodríguez Lozano”, 1922, pintura al temple barnizada sobre cartón, 57.5 x 44 cm. Museo de Aguascalientes. INBAL / Secretaría de Cultura.

La mayoría de los mejores retratos de Ángel, obras sobre las cuales se sostiene merecidamente su reputación, representan amigos y familiares cercanos. El pintor mismo ocupa el centro de La familia de 1924, junto a su madre Francisca de perfil a la izquierda y su hermana Amelia a la derecha. De pie en un paisaje extrañamente árido con seis palmeras y nubes naranjas y azules retorciéndose como un baldaquino, Ángel luce un traje a rayas convencionalmente formal y una corbata, el tipo de vestimenta en el que fue fotografiado con mayor frecuencia, y baja la mirada hacia su madre. Amelia, sin embargo, lanza la misma mirada traviesa y la misma sonrisa de Mona Lisa que el artista ofreció en su Autorretrato, su mano levantada roza su modesto escote para completar su porte coqueto.

Aunque, hasta donde sabemos, Ángel basaba sus retratos en individuos, su manera naíf (falsa o no) aseguró que sus modelos, particularmente las mujeres jóvenes, tendieran a verse bastante similares. Varias pinturas muestran a estas mujeres solas o en grupos pequeños, sentadas o de pie frente a paisajes urbanos y ventanas, y a cualquier espectador le resultaría difícil distinguir estas figuras entre una multitud. Pero, con su cabello corto, vestidos sueltos y aire de informalidad relajada, sí representan un tipo, no exactamente flappers, sino jóvenes que están llegando a la adultez en una época de crecientes oportunidades y liberación para las mujeres. El estilo del pintor, sin embargo, junto con los escenarios decididamente poco cosmopolitas, nos recuerda a los pintores sin formación del interior del país y en particular a los exvotos que se ofrecían como agradecimiento en las iglesias de todo México desde el siglo xviii.

En este acto de equilibrismo, caminando en una línea entre un modernismo sofisticado y progresista y la nostálgica tradición indocta, Ángel encontró el punto ideal con una pintura en particular que encarna las contradicciones que marcan sus obras. El Retrato de Cristina Crespo de 1924 nos muestra a la hermana de un crítico de arte amigo del pintor, una mujer con cabello oscuro y corto, una mirada penetrante y un ceño casi fruncido. Con un elegante vestido negro con lunares azules, sostiene un bastón bajo un cielo nocturno iluminado por la luna, casi gótica en su intensidad. Ángel divide en dos el paisaje detrás de ella. A la izquierda, detrás de una hilera de árboles que bordean una calle sin pavimentar, una fachada plana con aperturas estrechas sugiere no sólo un México tradicional, sino también el conocimiento de los enigmáticos pórticos desiertos del pintor italiano Giorgio de Chirico, creados aproximadamente una década antes. Pero a la derecha, una enorme torre de transmisión se eleva sobre una ciudad moderna. Más alta que la luna, la torre y su red de cables de alta tensión extendidos hablan de las electrificantes transformaciones que sacudían a México en la primera parte del siglo xx y la imponente Crespo se convierte en su avatar y se balancea vertiginosamente entre lo viejo y lo nuevo.

En una pared al final de la exposición, cuatro pinturas retratan a modelos hombres. Retrato de Hugo Tilghman (1924) de Ángel muestra a un atlético amigo artista en una playera sin mangas. Parado de una manera hierática, nos muestra su perfil con la cara vuelta hacia la izquierda, pero su cuerpo está de frente a nosotros y uno de sus brazos está doblado en un ángulo recto y cruza rígidamente su torso mientras sostiene una raqueta de tenis. Ángel se ocupó de brindar el parecido y los músculos, sin embargo, las manos de Tilghman se ven extrañas y tuberosas. Al fondo, dos figuras vestidas de forma idéntica a él juegan tenis, dando la impresión de que se mira a sí mismo jugar contra sí mismo, una situación semejante a un sueño que guarda afinidades con el surrealismo que recién se lanzaba en Europa, pero también con las narrativas sinópticas halladas a menudo en los exvotos mexicanos. Otro panel de Ángel, El cadete (1923), muestra a un joven parecido al artista caminando por una calle de noche, con el cuello de su abrigo abierto y levantado desenfadadamente.

Retrato de tres personas frente a un campo con palmeras y un cielo de colores pastel. Al centro está un hombre joven con traje a rayas y corbata con puntos, a la derecha una mujer joven con vestido color azul con puntos blancos y a la izquierda una mujer mayor con vestido rojo con puntos blancos.

Abraham Ángel, “La familia”, 1924, óleo sobre cartón, 160 x 122 cm. Museo de Arte Moderno. INBAL / Secretaría de Cultura, Ciudad de México.

Retrato de Salvador Novo (1924) de Rodríguez Lozano retrata a un joven similar en el asiento trasero de un carro, presumiblemente un taxi, mientras cruza una intersección urbana ya entrada la noche (el reloj de un edificio parece indicar que son las 9:00 o las 11:45). Y una pintura absolutamente maravillosa de otro artista en el círculo de Ángel, Retrato de Xavier Villaurrutia (c. 1921) de Roberto Montenegro, utiliza un estilo parecido al de los antiguos maestros para retratar al poeta como un dandi elegantemente trajeado que con una mano grácilmente atenuada sostiene un libro. Juntas, estas cuatro pinturas, como lo argumentan convincentemente las fichas en las paredes y el catálogo de la exposición, nos muestran un mundo masculino de deseo homoerótico, citas furtivas, ligues nocturnos e identidades en clave. Una ficha, por ejemplo, nos dice que era sabido que Novo tenía una preferencia por taxistas de clase trabajadora. Este tentador y breve vistazo a la escena gay artística y literaria de la Ciudad de México y principios de la década de 1920 resulta completamente irresistible y uno espera que el museo o Castro, el curador de la muestra, ya estén trabajando en una exposición que examine esto más a detalle.

La trayectoria dolorosamente corta de Ángel dejó una huella indeleble en el mundo del arte mexicano, no sólo en sus coetáneos y en artistas, como Kahlo, que surgieron en los años posteriores a su muerte, sino en múltiples generaciones que le siguieron. Incluso podríamos ver ecos distantes de su influencia en el trabajo de artistas gays de las décadas de 1980 y 1990, como Nahum B. Zenil o Julio Galán. En el mundo del arte contemporáneo pos-Guston, por supuesto, expresar una intención seria con un toque ligero y un estilo divertido se ha vuelto común. ¿Sería una exageración ver a Ángel como el precedente de alguien como Salman Toor, que despliega caricaturas e historietas para describir un mundo de posibilidades en ciernes, tanto clandestinas como alegres, para jóvenes gays morenos de sociedades represivas? Abraham Ángel: Entre el asombro y la seducción nos ofrece una pieza rara vez vista del mundo del arte mexicano en los albores de la era moderna y nos permite imaginar linajes queer en expansión.

 

Abraham Ángel: Entre el asombro y la seducción estuvo en exposición en el Museo de Arte de Dallas hasta el 28 de enero del 2024.

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