Editor’s note: This article is also published in English on Glasstire. Find that here.
Nota del editor: Este artículo se publicó originalmente en inglés en Glasstire el 29 de octubre del 2024.
Traducción de Viera Khovliáguina y Yolanda Fauvet.

Lucienne Bloch, “Frida with Cinzano Bottle” [Frida con la botella de Cinzano], 1935, impresión en plata sobre gelatina, 31.1 x 20.3 cm. Cortesía del patrimonio de Lucienne Bloch y la galería PDNB

Lucienne Bloch, “Frida Winking” [Frida guiñando el ojo], 1933, impresión en plata sobre gelatina, tamaño de la imagen: 21 x 26 cm. Cortesía del patrimonio Lucienne Bloch y la galería PDNB

Nickolas Muray, “Frida with Picasso Earrings” [Frida con aretes de Picasso], 1939, impresión al carbón a color, 34.9 x 24.13 cm. Cortesía del patrimonio de Nickolas Muray y la galería PDNB
Se nos han dado muchas representaciones de Frida a través de los años, a menudo de la mano de Frida misma en sus pinturas que retratan la angustia por el aborto (La cama volando, 1932), por la infertilidad (Frida y el aborto, 1932), por el dolor crónico (La columna rota, 1944), por su divorcio de Diego (Las dos Fridas, 1939). Diego también introduce discretamente a Frida en su obra, aunque oscurecida como representación de las masas; la disfraza de activista en su mural de la Secretaría de Educación Pública (1928) y en su mural Historia de México a través de los siglos en el Palacio Nacional. Portraits of Frida se ancla con algunos retratos icónicos de Muray (Frida on White Bench, New York [Frida en banca blanca, Nueva York], 1939; Frida Kahlo with Magenta Rebozo, New York [Frida Kahlo con un rebozo magenta, Nueva York], 1939; Frida with Granizo [Frida con Granizo], 1939) pero la muestra se interesa más por sus momentos inescrutables.
Portraits of Frida es reveladora en su ternura. La juventud y el carácter lúdico de Frida son casi inquietantes; es como si nos hubieran otorgado libre acceso a los entremedios de su vida. Bloch y Muray tienen sus modos particulares de enmarcarla. Bloch la pilla en medio de su vida: en un abrazo con Diego, mientras mastica su collar, sentada sobre un radiador en la Nueva Escuela de Trabajadores. Las fotos de Bloch se sienten palpablemente orgánicas; evocan los a veces gentiles, a veces hostiles ritmos de la etapa de los veintes; de los veintes de Frida, plagados de movimiento por Estados Unidos, de traiciones románticas, de coqueteos, de trabajo, de política y de pérdidas. Los retratos de Muray están estilizados, vivos, y contemplan a Frida centrada en una seguridad bien fundada. Hay una sensualidad madura y una mirada desinteresada que casi parecen retar al espectador. En los retratos de Muray, Frida a menudo se toca a sí misma.

Nickolas Muray, “Frida with Idol” [Frida con ídolo] 1939, impresión al carbón a color, 27.9 x 40 cm. Cortesía del patrimonio de Nickolas Muray y la galería PDNB
Nos rodean muchos testigos de nuestras vidas: lo más documentado son los testimonios hechos por nuestras parejas y por nuestra propia mano. Uno de los logros más conmovedores de Frida como artista fue el filo con el que se atestiguó a sí misma. No vaciló al retratar las cicatrices físicas y emocionales que había acumulado y no rehuyó de las realidades grotescas de su vida, de toda su vida. Frida se miró de adentro para afuera, sus órganos fuera de su cuerpo, sus venas al conectar con la tierra. Se vio a sí misma partida por el dolor, sentada en compañía de dioses e ídolos y rodeada de inocentes y no tan inocentes. Mucho de nuestro conocimiento de Frida proviene de su compromiso con la introspección a través del retrato a lo largo de su vida. Su estilo surrealista, su humor negro y su desinhibido rango de temáticas ha perdurado.

Vista de la instalación: “Portraits of Frida by Lucienne Bloch and Nickolas Muray.” [Retratos de Frida Kahlo por Lucienne Bloch y Nickolas Muray] Cortesía de la galería PDNB
Bloch fue testigo de las arduas realidades de los inicios de la vida adulta de Frida, como compañera de cuarto y como confidente. En la PDNB, los retratos de Bloch aterrizan a una mujer legendaria en la realidad, en algo contemporáneo; a la amiga en una relación tóxica, a quien es el alma de la fiesta, una apasionada por la política que aviva el fuego e intenta construir algo para sí misma y trae consigo un vermouth. Para Lucienne Bloch esta amiga fue Frida Kahlo.
De las muchas aventuras de Frida, Muray fue quizás la más significativa; un vaivén que duró diez años y al final dejó tanto congoja como arte. En medio del romance, hubo una amistad, cartas y préstamos; mantuvieron una relación amistosa a pesar de sus enredos románticos, una amistad que sin duda fue teñida por aquellos enredos. Mientras el matrimonio de Frida con Diego se descosía y se volvía a coser, la correspondencia con Muray era transparente y vulnerable y quizás con un tinte manipulador (“No vayas a Coney Island con ella, en especial al Half Moon”). En 1939 Muray capturó a Frida en la que se convertiría en una de las fotos más icónicas de la artista: Frida on White Bench. En ella, se le ve envuelta de suavidad, cubierta de telas e inmersa en los motivos florales que adornan el fondo y el primer plano. Al año siguiente, Frida le envió a Muray un retrato de sí misma con un collar de espinas, Autorretrato con collar de espinas y colibrí (1940); a sus costados hay un mono y un gato negro encorvado. Frida nunca perdió de vista sus bordes. A diferencia de los retratos en blanco y negro de Bloch, los de Muray remiten a las pinturas de Frida tanto en su composición como en sus componentes coloridos. Pero allí donde la obra de Frida se compromete con las resonancias fisiológicas de la naturaleza, sus baratijas y sus mascotas, el lente de Muray aporta un filtro más emocional a estos intereses. Bajo el lente de su amante, Frida luce perpleja, impaciente y preciosa. Es evidente que la visión que Muray tiene de Frida en sus retratos es la de una figura hipnotizante; incluso en Frida Painting “Me and My Parrots” [Frida pintando “Yo y mis pericos”] (1941), Muray no puede quitarle los ojos de encima.

Nickolas Muray, “Frida Painting ‘Me and My Parrots’” [Frida pintando “Yo y mis pericos”], 1941, impresión en plata sobre gelatina, 28.3 x 28.3 cm. Cortesía del patrimonio de Nickolas Muray y la galería PDNB
Exhibiciones recientes de Frida se inclinan por el espectáculo de su obra y su expresión personal, y esto ciertamente tiene su lugar. Frida era extremadamente intencional en los modos estéticos que imbuyó en su hogar, en su guardarropa y en su trabajo. Pero PDNB ofrece una experiencia simplificada de Frida: algo sutil pero no menos vivo. Podemos ver a Frida menos delimitada por su dolor o por su relación con Diego y con sus demonios, y lo que florece es la parte de ella que pulsa dentro de su obra: su ingenio, su franqueza y el análisis eterno del individuo.
Portraits of Frida by Lucienne Bloch and Nickolas Muray está expuesta en la galería PDNB hasta el 9 de noviembre.