Crónicas de arte en México: la Ciudad de México

by Leslie Moody Castro February 24, 2020

Scenes from Leslie Moody Castro’s Mexico art travel series.

Editor’s note: This article was also published in English on Glasstire. Find that here

Traducción de Yolanda Fauvet.

El siguiente texto es la tercera parte de tres crónicas de arte y viaje escritas por la autora y curadora, Leslie Moody Castro. Encuentra la primera parte (Guadalajara) aquí y la segunda parte (Monterrey) aquí.

Aterrizamos en la Ciudad de México más tarde de lo que habíamos esperado. De los tres, dos de nosotros estábamos en casa y ansiosos por llegar a nuestras camas. Esa noche nos despedimos por primera vez en toda la semana, que había estado llena de actividades. Viajar siempre es fácil a solas cuando puedes establecer tus propios límites de tiempo, acomodar las visitas y reuniones a tu propio horario e invernar aquellas noches en que necesitas descansar. En algunas ocasiones, viajar con amigos por la primera vez se siente como si trataras de hacer rodar una rueda cuadrada, hasta que encontramos nuestro ritmo, cada quien acertando su papel, y empezamos a leernos las mentes.

Una vez que bajamos del avión, nos subimos a nuestros respectivos viajes de Uber y cada uno se fue por su lado, con el plan de vernos en mi casa la mañana siguiente antes de nuestra primera visita de estudio. El itinerario de la Ciudad de México estaba organizado de manera muy distinta a los de Guadalajara y Monterrey. Aquí visitaríamos unas residencias, las instalaciones de SOMA y a algunos artistas que hemos querido conocer cara a cara desde hace tiempo. Esta visita a la Ciudad de México se trataba más de ponernos al día, y terminaría con una fiesta de reencuentro con toda la gente que nos había apoyado al hacernos recomendaciones y presentarnos a sus contactos a lo largo de nuestro recorrido, junto con nuestros exalumnos de Unlisted Projects, un programa de residencias artísticas de la que soy cofundadora. Se sentía bien estar en casa y sabía que los días de reencuentro que nos esperaban iban a ser largos, así que esa primera noche de regreso fue una tranquila.

* * * *

La próxima mañana empezó lentamente. Alrededor de mediodía nos amontonamos en el carro e iniciamos el viaje de media hora para ir a hablar con la pintora Ana Segovia.

Estábamos en la Ciudad de México en la cumbre de la estación seca. La ruta nos llevó por el segundo nivel del Periférico, una carretera que antes circulaba por las afueras de la ciudad y que ahora rápidamente transporta a sus habitantes a lo largo y ancho de la capital. La contaminación en el aire era visible. Teníamos su sabor en la boca y sentíamos partículas de polvo pesadas pasar por la nariz cuando inhalábamos. La vista de la ciudad desde la carretera estaba tapada con una neblina parda.

Ana Segovia (en la foto superior) tenía planeado ir a Austin en julio de este año. Yo había estado siguiendo su obra por dos años, el mismo transcurso de tiempo que tenía viviendo en la Ciudad de México después de haber completado su licenciatura en Bellas Artes en el Instituto de Arte de Chicago. Ana nos contó la historia del linaje de su familia, que está profundamente inmersa en la Época de Oro del cine mexicano, donde varios de los tropos, estereotipos y códigos de la masculinidad y del machismo fueron perpetuados y tejidos intrincadamente con la identidad de la “mexicanidad”. La obra de Ana responde directamente a estos tropos, ya sea por subvertir, cuestionar o cambiarlos por completo. La fuerza, el contenido y el contexto de su obra hicieron surgir la idea de invitarla a Austin para la residencia de Unlisted Projects, y su carácter como un ser creativo consolidó esa invitación.

Uno de los factores menos preciados en la gestión de un programa de residencia es la habilidad de entender las diversas personalidades de la gente. Invitar a cualquier artista es un salto grande de confianza, es asumir que todo saldrá bien. En esencia, estás invitando a una persona prácticamente desconocida a venir a vivir en tu hogar y volverse parte de la comunidad local de arte. Esto deja las puertas abiertas tanto para triunfos como para equivocaciones. Hasta ahora hemos tenido suerte; hemos encontrado personalidades que han tenido éxito en nuestro espacio. También hemos tenido la fortuna de estar rodeados de una comunidad artística tan vibrante y alentadora como la de Austin, que da la bienvenida a nuestros artistas visitantes en todos los sentidos.

Nuestra conversación viró de la obra física de Ana a la conectividad y a la logística de su residencia. Al concluir la visita, nos subimos al carro y nos acomodamos para otro largo viaje a la Colonia Santa María la Ribera, que queda justo afuera del centro, para ver a Manuela García.

Es difícil escribir sobre la Ciudad de México sin hablar de lo masiva que es. Los viajes de un lugar a otro duraban la misma cantidad de tiempo que nuestras visitas a los artistas. Su extensión es impactante; la impresionante cifra de 20 millones de personas viven todas amontonadas en la ciudad, luchando por su propio espacio y aire. Cuando llegamos al umbral de la puerta de la casa de Manuela, salir del coche se convirtió en un proceso de desplegarnos lentamente. Después de todo el tráfico y la distancia que habíamos recorrido, agradecimos la oportunidad de ponernos de pie.

Scenes from Leslie Moody Castro’s Mexico art travel series.

Subimos las escaleras al estudio de Manuela, un espacio hermoso, lleno de luz, compuesto de tres cuartos conectados por un pasillo angosto. Nos volvimos muy conscientes de nuestro tamaño al seguirla por su espacio, por el cual se movía con gracia y facilidad, mientras esquivaba obras en varias etapas de compleción que salían de las paredes, reposaban en las repisas o enrolladas se reclinaban en los rincones. Cada pequeño experimento era un gesto audaz, minúsculo y poético que nos forzaba a pausar por un momento para analizar el comportamiento de cada obra. En medio del espacio principal, un listón de madera largo y angosto se apoyaba en la mesa, sosteniendo una tensión al estirarse verticalmente hasta tocar el techo y formar una curva hermosa en su centro. Manuela le dio un empujón a la pieza, haciéndola girar en torno a su propio eje, y extraordinariamente todavía retenía su tensión. Nos dejó atónitos y suspiramos con emoción. Manuela no tiene miedo, y es maravilloso.

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Nos podríamos haber quedado mucho más tiempo estudiando la manera en que Manuela trabajaba y hablaba de objetos en el mundo, pero de nuevo nuestra reunión estaba llegando a su fin. Salimos en una fila de su estudio y nos despedimos en la calle.

Nuestro próximo destino era la sede capitalina del programa de residencia Fundación Casa Wabi, que tiene su sede principal en Puerto Escondido, Oaxaca. Teníamos planeado hablar con la curadora Paola Jasso sobre la programación de la residencia. Era la última visita oficial del día antes de terminar con una comida tardía en una infame cantina de la Santa María la Ribera. En camino a Casa Wabi paseamos por la plaza principal de la colonia, absorbiendo la belleza que nos rodeaba. De alguna manera, así de repente, el ritmo de nuestro viaje bajó la velocidad, algo irónico, ya que estábamos en el mega centro cosmopolita de la capital. Pero aquí el tiempo es diferente. Es casi como si la ciudad colocara todos los obstáculos posibles en tu camino, y llegar a algún lado es como un pequeño triunfo; llegar a tiempo es como ganar un maratón.

Entramos relajadamente a la sala de exposiciones de Casa Wabi, y nos guiaron hacía arriba por las escaleras para llegar a una sala de conferencias acogedora. La galería consistía en un cuarto pequeño dentro de una casa grande diseñada impecablemente que fue convertida en oficinas y áreas de trabajo. Nos tomaba por sorpresa, una y otra vez, ver cuarto hermoso tras cuarto hermoso. Paola llegó a la sala de conferencias y todos nos acomodamos mientras empezaba la plática. La Fundación Casa Wabi, una asociación civil sin fines de lucro, es el invento del artista Bosco Sodi, quien construyó un enclave en una sección privada de la playa de Puerto Escondido. Artistas jóvenes de todo el país están invitados a participar en la residencia donde pueden vivir y trabajar de cuatro a seis semanas. Uno de los requisitos principales es que convivan con la comunidad circundante, una convivencia que culmina en algún programa o proyecto comunitario. La galería ubicada en la Ciudad de México sirve como un sitio que les ofrece a artistas jóvenes sin representación de galería la oportunidad de exponer su obra.

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Paola es una mujer increíblemente ocupada, pero no se le nota. Su celular vibraba y vibraba sin parar. Lo apagó. Rebosa una calma general, y eso, combinado con el diseño espléndido del espacio, facilitaba la experiencia de estar ahí sentada con ella. Y aunque nos hubiera gustado deambular por esa casa otro par de horas, ya nos había empezado a dar hambre.

Ana Segovia escogió nuestro destino culinario, ubicado en la misma zona, y quedó de vernos ahí. La comida de cantina siempre es una experiencia cultural, pero esta cantina, El Timón de Cortés, es única porque sin importar la hora del día ni el día de la semana hay alguien ahí con micrófono en mano que se adueña del escenario. Es una cantina y un bar de karaoke tradicional; cantantes amateur se sienten impulsados a mostrar su talento con baladas famosas y música pop mexicano de fines de los años 90. Eran las 3 de la tarde cuando nos sentamos y ordenamos una ronda de cervezas y tacos, y la mujer con el micrófono ya había estado cantando a todo lo que daba desde mucho antes de que hubiésemos llegado. Ana se unió al grupo, y todos mirábamos cómo se pasaba el micrófono entre tres personas diferentes que claramente estaban viviendo sus sueños de ser estrellas del pop. Estábamos felices de complacerlos como su público.

* * * *

Amanecí la mañana siguiente con la garganta inflamada y un poco de fiebre. Culpé a la altura y contaminación. Teníamos una visita programada a primera hora con Armando Rosales. Logré arreglarme y salir de la casa. La cita con Armando era en el Espacio de Arte Contemporáneo (ESPAC), una fundación que colecciona arte contemporáneo e invita a artistas jóvenes a trabajar con su acervo de arte y producir exhibiciones en su espacio. Tuvimos la gran fortuna de estar en la ciudad al mismo tiempo que se presentaba la exhibición Distancia Doble, una colaboración entre Armando y Ana Bidart, a quien veríamos más tarde. Armando nos guio por la exposición. Luego, por medio de una presentación digital, nos mostró la trayectoria de su obra y su desarrollo como artista. Su obra toma objetos cotidianos o normas sociales y los subvierte. Puede ser un acto tan simple como aprender a escribir con su mano izquierda copiando frases de libros de texto históricos (frases que resultan tener tendencias socialistas), o un acto tan involucrado como utilizar un contenedor estándar sobrante de una feria de arte como un espacio de exhibición itinerante. Mientras estábamos ahí escuchándolo hablar, sentí que mi enfermedad empeoraba.

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Me escabullí silenciosamente de la cita, pero prometí volver a alcanzar al grupo más tarde para seguir con las visitas de estudio que faltaban. Me subí en un carro y llegué directamente con el doctor, que confirmó que tenía una infección respiratoria severa. Luego me mandó a casa con un coctel de antibióticos (que incluía una inyección diaria en el trasero durante seis días) y una receta médica para descansar. 

Desperté horas después aún más agotada que antes, pero decidida a no faltar a las visitas de estudio del día. Hablar con artistas en sus espacios es mi parte favorita del trabajo, y sentí la responsabilidad de estar presente en las visitas que teníamos programadas esa tarde. Decidí aguantarme y me dirigí al departamento-estudio de Javier Barrios, un artista joven originalmente de Guadalajara que llevaba varios años viviendo en la Ciudad de México.

Durante gran parte de su carrera artística, Javier había tratado asuntos políticos, hasta que su curiosidad giró al imaginario decorativo, principalmente las flores. Nos explicó en detalle los patrones migratorios y las sutiles implicaciones políticas de riqueza y clase social que se encuentran en la existencia y proliferación de orquídeas. A través de dibujos y esculturas que han sido delicadamente elaboradas, Javier crea actos políticos por medio de objetos que se han vuelto sumamente estéticos, cosas hermosas con contenido político y subversivo.

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Teníamos programadas tres visitas más ese día y la próxima parada era el estudio de Ana Bidart. La obra de Ana ha estado ganando el respeto de la comunidad de arte en la ciudad a paso constante. En el momento que entramos a su departamento, Ana puso en mis manos una taza de té tibio y nos sentó en el sillón. Empezó a contarnos de la importancia de la línea en su práctica artística; es el cimiento de toda su obra y es el punto de partida para los gestos sutiles que hace. Su obra no necesariamente se centra en un solo medio; más bien depende del tiempo invertido en darle vueltas a una idea en su cabeza. Ana toma todo el “tiempo de pensar” necesario para desarrollar por completo un proyecto. A veces sólo implica unas semanas o unos meses y, en otros casos, una idea se elabora a lo largo de varios años.

Hay una relación directa entre todos los artistas que vimos ese día: cada uno de ellos, de alguna manera, habían coincidido en SOMA, un programa educativo no acreditado que ha logrado ocupar un nicho y responder a la necesidad de programas de maestría en la ciudad. A lo largo de nuestra semana de excursiones, habíamos aprendido que la falta de programas educativos en las artes visuales es un problema común en todo el país; la Ciudad de México no es una excepción. Esa tarde nos sentamos con la nueva directora de SOMA, Laura Cortés Hesselbach, y nos platicó sobre la programación de SOMA, además de las razones por las que SOMA sigue siendo no acreditado. El criterio del sistema educativo público de México es restrictivo y anticuado, también excluye del canon artístico a varios artistas que han tenido una gran influencia en la escena de arte de la Ciudad de México. Gracias a que SOMA se ha apoyado en la comunidad ya establecida de artistas y sus conocimientos, ha logrado mantenerse autónomo del gobierno al mismo tiempo que forja un respetado programa académico internacional. De nuevo estábamos siendo testigos a un sistema de mentoría como el que habíamos visto en Guadalajara, aunque en este caso se formaliza en un ámbito educativo “informal”.

Ya había avanzado mucho la noche cuando nos despedimos de Laura en SOMA. El plan original había sido quedarnos para la reunión y plática nocturna, Miércoles de SOMA, un evento semanal que crea vínculos dentro de la escena de arte. Pero estaba perdiendo fuerzas, así que me fui a casa y me acosté.

* * * *

Estábamos en la recta final del viaje; habíamos llegado al último día y teníamos programada una visita a la residencia de Casa Lu, seguida por una fiesta de reencuentro para nuestros exalumnos y amigos cercanos de Unlisted Projects. Casa Lu es dirigida por la fantástica Lupe Quesada, quien, además de ser ceramista, es una fuerza conectora en la comunidad. Ya nos habíamos conocido antes en San Antonio, Texas, por medio de Sarah Fox, quien había participado en la residencia de Casa Lu hace casi un año. Casa Lu se despliega en dos casas diferentes; una se ubica en los suburbios residenciales de Tlalpan y la segunda en la mera ciudad. Las dos casas son deslumbrantes, cómodas y centros de creatividad. Nuestra visita a la segunda casa coincidió con un periodo de descanso entre los ciclos habituales de la residencia, así que la artista Elisa Pinto tenía para ella sola la casa y el estudio, donde estaba realizando un cuerpo de trabajo que culminaría en una exhibición individual. Elisa estaba haciendo la labor de repasar la colección de recuerdos de su padre, quien murió cuando ella era joven, y estaba recreando la idea conceptual de un hogar a través de estos recuerdos, dándoles un lugar y espacio físicos.

Scenes from Leslie Moody Castro’s Mexico art travel series.

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Lupe nos llevó por la casa, contándonos de los artistas y conexiones anteriores. También nos reveló que en algún momento su sueño profesional era ser una consejera de campamento de verano; coordinar la residencia le permite realizar esa aspiración. Lupe y yo nos hemos hecho amigas rápidamente desde que nos conocimos hace un año. Ha sido lo bastante generosa para ofrecernos el uso de los espacios públicos de las dos sedes de Casa Lu para reuniones colectivas, así como comidas largas por la tarde y nuestra muy esperada fiesta.

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Esa noche todos nos reunimos en el jardín de la casa. Teníamos el equivalente de un barril de cerveza en una enorme bañadera de metal llena de hielo, más una botella de tequila. Paty Siller y Luis Nava de Janet40, nuestros amigos y artistas residentes más recientes de Unlisted Projects, se habían encargado de organizar todo y su energía era efervescente. Habían transformado el espacio con series de luces, velas y música. Acomodamos cojines y cobijas por todo el piso, y nuestra gente favorita empezó a llegar poco a poco. Al final, estábamos rodeados de casi todos nuestros exresidentes y de los amigos que nos habían cuidado a lo largo de nuestro recorrido desde Guadalajara a Monterrey, hasta llegar a la Ciudad de México.

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Me sentía como en casa, y todos nos sentíamos como en casa juntos.

Gracias, Ciudad de México, y un agradecimiento especial a Lupe Quesada, Joaquín Segura, Virginia Colwell, Yeni Mao, Tanya Díaz, Brittany Baranowski, Rebeca Marino, Wimpy Salazar, Daniela Libertad, Andrea Martínez, Alejandro García Contreras, Ignacio Neri, Rubén Gutiérrez y cada persona que se tomó una cerveza con nosotros.

Para más información sobre Unlisted Projects, por favor visita la página: https://www.unlistedprojects.com/

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