Una ola de emociones: Performances en “Soy de Tejas” en San Antonio

by Jessica Fuentes May 18, 2023

Editor’s note: This article is also published in English on Glasstire. Find that here.

Traducción de Yolanda Fauvet y Paulina H. Marroquín.

Nota del editor: Este artículo se publicó originalmente en inglés en Glasstire el 30 de abril del 2023.

Al momento de escribir esto han pasado dos semanas desde que estuve en San Antonio y atestigüé tres poderosos performances de artistas cuyas obras están en exhibición en el Centro de Artes como parte de la exposición Soy de Tejas: A Statewide Survey of Latinx Art [Soy de Tejas: Un panorama del arte latinx en todo el estado]. Aunque estoy familiarizada con Christian Cruz, Cande Aguilar y José Villalobos, nunca había visto un performance de ninguno de ellos y no sabía qué esperar. Lo que encontré fue una montaña rusa de emociones: alegría, pesar, desesperación y, al final, liberación.

Antes de que empezaran los performances, caminé por Soy de Tejas de nuevo; la había visto por primera vez dos meses antes. Los tres artistas programados esa tarde tenían obras en exhibición en la galería, así que sentí necesario volver a familiarizarme con sus obras antes de ver sus performances. Las salas estaban llenas de visitantes, los refrigerios estaban servidos en el vestíbulo y la noche tenía un aire alegre. Alrededor de las 6:30, nos condujeron justo afuera del Centro de Artes, a la Plaza del Mercado Histórico en la que se encuentra el edificio. En febrero, cuando visité el espacio un sábado por la tarde, el mercado estaba rebosante de actividad: los vendedores estaban trabajando y recibiendo visitantes, los clientes llenaban los pasillos y los músicos tocaban en el escenario central. Esta tarde de jueves, la plaza parecía estar calmándose; había personas esparcidas por todas partes, pero el espacio estaba mucho más silencioso que antes.

El público bajó los pocos escalones desde las puertas del edificio hasta un área abierta de adoquines mucho más grande y formó un círculo alrededor de Christian Cruz, quien vestía un vestido de capas colorido y suelto y unos zapatos blancos de tacón alto. Una gran piñata, atada a una cuerda gruesa, estaba colocada en el piso y Cruz bailaba alegremente alrededor del objeto mientras sonaba una animada canción en español. La música cambió al tradicional ¡Dale, dale, dale! y Cruz levantó la piñata gigante, le dio vueltas y después, con la música volviéndose más frenética, la arrojó al suelo y la hizo añicos. Una mirada de preocupación invadió a la audiencia cuando Cruz comenzó a tirarse encima de la piñata, en ocasiones tropezando con sus tacones.

Una mujer joven de tez morena y cabello rizado suelto baila sonriente alrededor de una piñata en mitad de un pasaje al aire libre.

Christian Cruz, “The Piñata Dance” [La danza de la piñata] en el Centro de Artes, abril del 2023. Fotografía de Jenelle Esparza.

La música se hizo más lenta y ella se quitó las capas superiores de su vestido y subió unos cuantos escalones hasta un pequeño espacio parecido a un escenario desde el que podía verse el área en la que se llevó a cabo la primera parte del performance. De nuevo, la música cambió y comenzó a apagarse a la vez que comenzó a sonar un discurso grabado. Entonces, Cruz tomó una segunda cuerda y la amarró alrededor de su cintura. Como no hablo español, las palabras específicas de la voz de la grabación, que era la de una mujer angustiada hablando ese idioma, se me escaparon. Pero la emoción era clara: la voz estaba exasperada y era exigente. Cruz comenzó a lanzar su cuerpo sobre el escenario, caía al suelo y se volvía a levantar, como si fuera la piñata siendo golpeada. Esta danza discordante se intensificó a medida que aumentaba la ira y el fervor de la voz de la mujer. (Cruz confirmó después mi sospecha de que se trataba de la digna rabia de una madre que exigía justicia). Cruz cayó al suelo una vez más antes de cambiar su semblante, ponerse de pie y encaminarse fuera del escenario y de vuelta al edificio.

Estaba al borde de las lágrimas; lo que acababa de atestiguar era una montaña rusa, la experiencia demasiado familiar de las mujeres que luchan en este mundo. El performance había comenzado con tanta alegría, usando un objeto familiar que muchos asocian con reuniones familiares y festejos, y lentamente, a medida que se desarrollaba, los espectadores se convirtieron en mirones involuntarios de una vívida encarnación de la violencia que las mujeres (particularmente las mexicanas) enfrentan. (En el 2022, un estudio del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, conocido por sus siglas INEGI, indicó que la violencia contra las mujeres y las niñas en México ha aumentado en los últimos cinco años y hasta un 70% de las mujeres y niñas mayores de 15 años han vivido algún tipo de violencia).

El persistente silencio entre la multitud era palpable y era difícil saber qué hacer o cómo sentirse en ese momento del desenlace. Finalmente, Cruz volvió a salir para dirigirse a la multitud y brindar un poco de contexto a la pieza, titulada The Piñata Dance [La danza de la piñata]. También animó a la multitud a tomar los dulces de la piñata que ahora estaban regados por el suelo del mercado. Los niños, seguidos por algunos adultos, se abalanzaron para recoger dulces y pedazos de la piñata. Después de eso, todos regresamos al interior del lugar para ver el siguiente performance.

Frente a una pintura similar al arte callejero, un hombre de tez morena, lentes, sombrero y cabello largo y amarrado toca el acordeón.

Cande Aguilar, “De Uvalde al Cielo” en el Centro de Artes, abril del 2023. Fotografía de Jenelle Esparza.

Frente a su pintura mural del tamaño de una pared en el Centro de Artes, Cande Aguilar tocó en solitario su acordeón bajo un reflector azul. La pintura, que recuerda a una pared grafiteada con varias capas de imágenes, texto y pintura (cada capa cubierta por la siguiente), sirvió como el telón de fondo perfecto, dando la sensación de que Aguilar estaba tocando en el barrio y no en un espacio de arte. Aguilar creció tocando música con su papá en el conjunto de su padrino, Gilberto Pérez y sus Compadres, y luego estuvo en la banda tejana ganadora del Grammy Latino Elida Reyna y Avante.

La canción De Uvalde al Cielo fue una improvisación que, de manera similar a la obra de Cruz, comenzó con un tono más desenfadado y fue entrando y saliendo de otras emociones como un torbellino, volviéndose más sombría y lenta con notas solitarias, meditativa y repetitiva y luego, de nuevo, festiva y plena. La canción personificaba el duelo, el vertiginoso conjunto de emociones ligadas a la pérdida, pero también brindaba espacio para respirar. El estiramiento y la compresión del acordeón les recordaba a mis pulmones expandirse y contraerse. Al mirarlo, me sorprendió cómo la música de un solo instrumento podía ser tan expresiva, llenar el espacio de la galería y cautivar a la audiencia; nos aferramos a cada nota de Aguilar. El orden de este acto, que siguió al performance de Cruz, brindó un descanso emocional para que la audiencia procesara The Piñata Dance antes de subir las escaleras para el performance final de la noche.

En el segundo piso, tres esculturas de ensamblaje de José Villalobos fueron cambiadas del lugar donde se instalaron originalmente para crear un pasillo largo y angosto. Las piezas, que pertenecen a la serie QueeRiders [Jinetes queer] de Villalobos, combinan elementos de las culturas vaquera, lowrider y queer de una manera juguetona. Para el performance titulado Lo Que Faltó, el artista fijó una cuerda larga a la pared blanca de la galería. Vestido con un sombrero vaquero, una camisa de botones, pantalones de mezclilla, botas y guantes, Villalobos se puso de pie cerca de la cuerda y, dirigiéndose a la audiencia, comenzó a contar una narración personal sobre su crianza en una familia tradicional y religiosamente conservadora que estaba inmersa en el machismo; “siempre corregido, nunca abrazado”. Sus palabras se quedaron flotando en el aire mientras desenrollaba la cuerda, la ataba a su tobillo y comenzaba a caminar por el camino abierto. A medida que su caminar extendía la cuerda hasta el límite, su cuerpo se lanzaba hacia adelante, intentando continuar su trayectoria recta pero debilitado por la cuerda que no lo dejaba avanzar.

Lo que siguió fue una serie de movimientos en los que usó la longitud de la cuerda para regresar a la pared, sólo para después alejarse de nuevo de ella y ser limitado por la cuerda. Con cada pase Villalobos luchaba de formas nuevas y diferentes. Primero se quitó sus guantes, botas y calcetines y se tumbó boca arriba, agarrando la cuerda con las manos y los pies desprotegidos para jalarse por el suelo hacia la pared. Me maravillaron la fuerza y la resistencia físicas del acto. Después se quitó su camisa, revelando la camiseta blanca sin mangas que estaba debajo, y se puso de nuevo los guantes. Bajó los tirantes de la camiseta interior y puso la cuerda sobre su hombro, haciendo que los espectadores se sintieran visiblemente incómodos al observar la formación de quemaduras de cuerda y escuchar el sonido de la cuerda tirando de la carne de Villalobos.

En el espacio de una galería, un hombre de tez morena, tatuajes y un sombrero vaquero que oculta en parte su cabello rojo tira de una cuerda colocada sobre su hombro ante la mirada preocupada de un grupo de personas a su alrededor.

José Villalobos, “Lo Que Faltó” en el Centro de Artes, abril del 2023. Fotografía de Jenelle Esparza.

Continuó moviéndose hacia adelante y hacia atrás con la cuerda a lo largo del cuarto hasta que finalmente creó una especie de lazo, que colocó alrededor de su torso con los brazos sujetos a los costados. Se alejó de la pared y la cuerda se apretó alrededor de su cuerpo cuando estaba llegando al final. En ese momento, Villalobos se dio la vuelta para caminar de regreso a la pared, como lo había hecho durante todo el performance, pero esta vez arrojó su cuerpo violentamente hacia el lado contrario. La cuerda continuó apretándolo más y más fuerte y yo no pude evitar preguntarme si se suponía que debíamos soportar eso o si parte del performance era que interviniéramos y lo liberáramos.

Luché contra el impulso de intervenir, pero me sentí aliviada cuando Rigoberto Luna, el curador de la exposición, dio un paso adelante para abrazar a Villalobos y aflojar la cuerda. Villalobos estaba llorando y él y Luna caminaron de regreso hacia la pared y Luna quitó la cuerda del cuerpo del artista. Villalobos narró a lo largo del performance, a veces en inglés y a veces en español, dando vislumbres de sus experiencias a los espectadores. Habló de abuso, abandono y lucha. Mientras se alejaba del performance, noté las quemaduras de un rojo brillante que había hecho la cuerda sobre sus hombros y me retorcí ante la idea de soportar ese dolor, básicamente reviviendo el trauma de manera pública y vulnerable.

Como alguien que trabajó en museos durante una década, he visto una buena cantidad de performances y activaciones en espacios de arte. Sin embargo, nunca había atestiguado una triada de performances con mensajes tan dolorosamente conmovedores. Al vivir en Fort Worth, no a menudo tengo la oportunidad de sumergirme en instituciones culturalmente específicas como el Centro de Artes, que es una galería administrada por la Ciudad de San Antonio concentrada en exhibir artistas latinos. He estado pensando mucho últimamente sobre las experiencias de las personas de color en el mundo del arte que es predominante e históricamente blanco. En conversaciones con otros, he escuchado las experiencias comunes de sentirse en vilo, hipervisible y, por lo tanto, sentir la necesidad de estar en silencio en esos espacios.

Sé que Villalobos ha presentado performances en el Blanton Museum of Art en Austin y el McNay Art Museum en San Antonio, y que Cruz lo ha hecho en el Nasher Sculpture Center en Dallas y The Momentary en Bentonville, Arkansas. Pero, durante las últimas semanas, me he preguntado cómo esos performances pueden ser diferentes cuando son vistos en instituciones predominantes blancas o frente a un público predominante blanco. ¿Los artistas se podrían sentir más vulnerables? ¿Se podrían perder aspectos de los performances? ¿Las obras podrían ser más poderosas en estos lugares donde las personas de color a menudo se sienten silenciadas? ¿Estos performances podrían brindar una oportunidad para compartir experiencias y desarrollar empatía? ¿Deberían tener que cumplir ese papel?

No tengo respuestas para mis preguntas, en su lugar sólo surgen más preguntas: ¿Otras instituciones a lo largo de Texas están prestando atención? ¿Se están haciendo estas preguntas? ¿Qué harán para garantizar que todas las personas se sientan bienvenidas, representadas y escuchadas en sus espacios?

En su conjunto, Soy de Tejas ya ha hecho algo notable y consecuente al reunir a artistas latinxs de todo el estado y, a través de la presentación de estos performances juntos, Luna está amplificando las voces y las historias de artistas latinxs de una manera que no se suele ver. Las narrativas de Cruz, Aguilar y Villalobos son específicas y relevantes para las comunidades latinxs, pero también son universales y deben ser escuchadas por todos. Y aunque cada uno de estos artistas ha expuesto y presentado performances en museos y galerías tradicionales, existe un poder cuando sus piezas son presentadas juntas en una institución culturalmente específica.

Puedes ver los performances en el canal de YouTube de la galería Presa House.

 

Soy de Tejas: A Statewide Survey of Latinx Art estará en exhibición hasta el 2 de julio del 2023 en el Centro de Artes en San Antonio.

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