Brillar, aparecer, mostrarse: “Travel in Light Years” de J. R. Roykovich

by Saúl Hernández-Vargas December 14, 2022

Editor’s note: This article is also published in English on Glasstire. Find that here.

Nota del editor: Este artículo se publicó originalmente en inglés en Glasstire el 5 de noviembre del 2022.

Editado por Yolanda Fauvet y Paulina H. Marroquín.

Foto burrosa de la isla de Galveston

J.R. Roykovich vista de instalación “Travel in Light Years: Artifacts & devices adapted to traverse the precarious spectrum In/Between Homofuturism and the superannuated as an exile in a land of glorious f/utility” en el Galveston Artist Residency.

Entre el siglo XI y el siglo XII, durante su retiro en el desierto localizado en el norte de Egipto, Filoteo de Batos inventó el verbo fotografiar en un texto dedicado a la contemplación de Dios. Sin embargo, para el asceta, que evitaba las distracciones que lo alejaran de la experiencia de lo humano, el verbo fotografiar se refería a la “experiencia singular” y “no reproducible” de la luz, pues gracias a esa luz recibió “los rasgos y la impresión luminosa de Dios”, phôteinographeistai (“donde Dios se fotografía”) (Georges Didi-Huberman). El monje escribió: “esta luz, inexplicable en sí misma y que, sin embargo, se hace explicable no en palabras, sino en la experiencia que la goza, o mejor, que es herida por ella […]”. A partir de ese momento, la palabra fotografiar, como recuerda el historiador del arte Georges Didi-Huberman, fue escrita, copiada, repetida y aprendida por muchas personas a lo largo de diez siglos. Fotografiar: Producir una imagen a partir de la manipulación química de la luz. Aunque en su origen concreto el verbo fotografiar subraya la experiencia sensorial y la luz como una relación entre el cuerpo, la tierra, el cosmos y lo sagrado. De alguna forma, esta experiencia podría ser útil para aproximarse a Travel in Light Years [Viaje en años luz], la exposición que el artista visual J. R. Roykovich inauguró el 27 de agosto de 2022 en la Galveston Artist Residency.

Vista de instalación de objetos mecánincos con una luz morada y borrosa

J.R. Roykovich installation view of “Travel in Light Years: Artifacts & devices adapted to traverse the precarious spectrum In/Between Homofuturism and the superannuated as an exile in a land of glorious f/utility” at the Galveston Artist Residency.

Con esta exposición dividida en al menos dos secciones, el artista y profesor de Rice University propone una serie de preguntas sobre la luz como fenómeno físico y sobre las nociones de archivo y fantasma desde la ciudad de Galveston, cuya importancia se remonta al siglo XVI, como el último punto del Caribe,  hasta llegar al siglo XIX, como una de las ciudades más grandes y más prósperas y más importantes para el comercio de los Estados Unidos. La exposición abre con una serie de dibujos de formato pequeño sobre papel, que privilegian el trazo breve y rígido que hace visible tanto el trayecto de la mano como el material (plumones, tinta, plumas de tinta gel) con que los dibujos fueron realizados. Sin marco, estos dibujos no figurativos aparecen como producto de la experiencia lúdica de trabajar sobre una superficie bidimensional, a la deriva, sin bocetos previos. Pero al fondo de esa primera sala se encuentra, desde mi punto de vista, la pieza que funciona como prólogo a la instalación contigua.  En marcos negros, el artista montó siete documentos—seis de ellos documentos desclasificados por el FBI—que hablan de apariciones en los cielos de la ciudad de Galveston. El primero de ellos, de izquierda a derecha, es una fotografía del cielo cubierto por nubes tomada el 10 de diciembre de 2021 a las 4:29 de la tarde. En la fotografía “no se observa ningún fenómeno aéreo”, escribió el artista. Los seis documentos restantes son reportes desclasificados levantados por “ciudadanos” que observaron fenómenos poco comunes en el cielo de la ciudad, como el objeto que, el 20 de julio de 1949, viajaba en un ángulo de 90 grados. El objeto desapareció 30 segundos más tarde sin dejar rastros materiales, sino su impresión sobre el cuerpo y la experiencia del ciudadano que levantó el reporte número 10073. Todos estos documentos son iluminados por una luz atornasolada, que proviene de un filtro de papel que pende del techo. Dicho filtro no intenta cambiar el color o la temperatura de la luz que ilumina los siete documentos instalados en línea recta, sino subrayar la presencia de la luz, de dicha luz, iluminándola, haciéndola visible para quien contempla el trabajo del artista. 

Foto de pilas sobre una repisa

J.R. Roykovich vista de instalación “Travel in Light Years: Artifacts & devices adapted to traverse the precarious spectrum In/Between Homofuturism and the superannuated as an exile in a land of glorious f/utility” en el Galveston Artist Residency.

En la sala contigua, se encuentra la pieza principal de Travel in Light Years de J. R. Roykovich. En pleno diálogo con el edificio de la Galveston Artist Residency, la instalación reúne una serie de objetos de metal que fueron encontrados por el artista en un antiguo edificio de la ciudad de Galveston en el 2018. Oxidados, intervenidos por la humedad y el tiempo, modificados por el territorio y su memoria, estos objetos dan cuenta de la infraestructura de la ciudad: clavos quizás provenientes de las vías del ferrocarril, tubos de la compleja y vasta infraestructura hidráulica, fragmentos de máquinas que quizás sirvieron en las actividades productivas del muelle y muchos otros objetos devorados y deformados por el óxido. La mayoría de estos objetos fueron colocados en el centro de la habitación sobre dos bases de plexiglás dispuestas paralelamente; mientras que el resto, por encima de dichas bases, fueron suspendidos con líneas de construcción, abrazaderas y pinzas de muy variada índole. Suspendidos, los objetos parecen desprovistos de masa y materia, como si se tratara de fantasmas que sólo están allí para comparecer frente a los ojos de quien se enfrenta a ellos. Por otra parte, oxidados, como dije, estos objetos dan cuenta de las condiciones materiales de la ciudad: una isla de 211 millas cuadradas—45 de ellas de tierra firme—situada en un cordón litoral que separa la bahía de Galveston y la bahía Occidental del Golfo de México. Una isla cuya historia no es ajena a la destrucción, la desesperación, el llanto y el desconsuelo con que los huracanes tocan tierra firme. A inicios del siglo XX, por ejemplo, un fuerte huracán azotó la ciudad, devastándola en minutos. Entre seis mil y ocho mil personas perdieron la vida. Y su prosperidad como puerto fue reemplazada por su reputación como ciudad fantasma. Por ello, los objetos escogidos y expuestos por J. R. Roykovich también dan cuenta de la historia espectral de la ciudad, entendiendo los espectros como fantasmas que acechan una casa en particular o que subrayan algo inacabado e irresuelto y amenazan siempre con regresar. Jacques Derridá asegura que el por-venir es el tiempo del fantasma. El huracán por-venir. Los muertos por-venir. El hambre por-venir. La desolación que vendrá, sin duda alguna, como si se tratara de una vieja conocida. Así pues, los objetos recogidos por el artista constituyen un archivo material que, como todo archivo, es constituido simultáneamente por los objetos y los documentos que contiene y por aquellos que fueron o destruidos a propósito o deslavados y destruidos por el agua, anegándose en sus rincones. 

Encima de este archivo de objetos oxidados y deformados se encuentran tanto tres bolas de discoteca como dos mantas plateadas en cada lado. Y, como sucede en la sala que abre la exposición, estos objetos (bolas de discoteca, mantas) sirven para que la luz se desvíe y juegue y alumbre zonas inesperadas del archivo, pero acaso sobre todo estos sirven para subrayar la presencia de la luz, haciéndola visible para todas las personas que contemplamos y leemos e interrogamos el archivo compuesto por J. R. Roykovich. Quizás la experiencia de la luz, esa experiencia gozosa o dolora como la describió Filoteo de Batos, sea la más importante de la exposición: no sólo por la abundancia del torrente lumínico que se filtra por las ventanas del espacio, sino por la constatación de que esa luz, la luz natural, sirve como un puente entre la tierra y el cosmos (sol), y entre nuestro presente y el pasado en donde se originó el torrente lumínico que experimentamos con nuestros sentidos. Entendida como una radiación electromagnética, la luz del sol se demora ocho minutos en llegar hasta nosotros, iluminando, atravesando y haciendo visibles muchos otros cuerpos antes que nosotros. A partir de esta premisa, ¿cómo fechamos un rayo de luz que experimentamos y vivimos aquí y ahora, pero que partió ocho minutos antes? O parafraseando a Georges Didi-Huberman, ¿ponerle fecha a un rayo de luz y a un fantasma es una operación parecida? “¿Cómo hacer su genealogía? ¿Cómo comprender lo que rige los caprichos de sus reapariciones?” 

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